Buena parte de la táctica de Talleyrand se basaba en lo mismo que tan magistralmente aplicó pocos meses antes, en Viena: trepidante vida social, negociaciones por separado tratando de resquebrajar la difícil unión entre los aliados, sobornos a gran escala y, flotando por encima de todo, la fascinación que su persona, y la de su châtelaine, ejercían sobre los invasores, que a buena velocidad iban dejando de ser guerreros sobrios y sombríos para dejar su lugar a los de siempre más flexibles políticos y embajadores.
La condesa de Périgord, châtelaine (castellana) del príncipe de Talleyrand, era famosa por su belleza, su inteligencia, su estilo, su elegancia y su despreocupación en asuntos escandalosos y religiosos. Prusiana por nacimiento y francesa por matrimonio (con el no deslumbrante sobrino mayor de Talleyrand, el conde Edmond de Périgord), se había transformado en una completa, sofisticada y encantadora francesa sin dejar de ser una férrea princesa prusiana, una que hablaba en francés con los franceses, en inglés con los ingleses, en alemán con los prusianos y los austriacos, en ruso con los rusos y en checo, y también en polaco, con los altos sirvientes de todos ellos, además de con los suyos. A eso se debía que las continuas cenas y recepciones en el Hôtel Talleyrand (Rue de St. Florentin 2, en la esquina de la Rue de Rivoli y la Place Concorde; en otras palabras, el ombligo mismo de París; se conserva hoy en día con el mismo aspecto exterior que tenía en 1815) funcionaran con la precisión de los mejores relojes suizos, siendo los primeros efectos que nadie rechazaba una invitación y que nadie deseaba perderse una.
Schloss (château) Friedrichsfelde, Berlín. Aquí nació Dorothée de Périgord. |
Dorothée de Talleyrand-Périgord, Condesa de Périgord y Princesa de Courlande (cuadro de Joseph Chabord, 1819; se exhibe en el château de Valençay) |
Edmond de Talleyrand-Périgord, Conde de Périgord |
Karel, Graf Clam-Martinitz (amante principal de Dorothée en 1815) |
Bozena (Beatriz) Nemcova (gloria nacional de las letras checas, se da por probable que fue hija ilegítima de Karel Clam-Martinitz y Dorothée de Périgord) |
Catherine de Talleyrand-Périgord, princesa de Talleyrand (antes Worlee-Grand); esposa de Talleyrand, Dorothée, que no la podía ni ver, la mantenía exiliada en Londres) (cuadro de François Gérard) |
Talleyrand (unos cuantos años después de 1815) |
Charles, conde de Flahaut (dentro de los muchos hijos ilegítimos de Talleyrand, Flahaut fue el mejor considerado en vida) |
Charlotte, Baronesa Alexandre de Talleyrand-Périgord (hija ilegítima de Talleyrand, muy apegada a su padre) |
Eugéne Delacroix; con el tiempo llegó a ser el más célebre de los hijos de Talleyrand |
Pauline de Castellane; formalmente sobrina, pero se la tiene por hija de Talleyrand y Dorothée de Périgord; siempre estuvieron muy unidos. |
Si el glamour político y diplomático se cobijaba principalmente en el Hôtel Talleyrand, el intelectual (y el murmurativo) tenía su epicentro en el salon littéraire de Madame Récamier.
Sir Walter Scott, por Sir Thomas Lawrence |
Château de Coppet, junto al lago Genéve. Aquí Germaine de Staël y un cierto grupo de liberales se mantuvo lejos del Corso durante los Cien Días |
Madame Récamier en su salón de Abbaye-aux-Bois |
En 1815 Germaine de Staël estaba muy envejecida; sólo viviría dos años más. |
Princesa Dorothea von Lieven, esposa del embajador ruso en Londres |
Lady Caroline Lamb, esposa del futuro 'premier' Lord Melbourne; éste no se enfadó mucho por el devaneo que se trajo Wellington con su señora en el mágico verano de París y 1815 |
Auguste-Charlotte, princesa Kielmansiegge |
Lady Selina Meade, empeñada en disputar a la condesa de Périgord el guapísimo conde Clam-Martinitz |
Lady FitzRoy Somerset (sobrina favorita de Wellington) No se perdía una. |
Juliana, condesa von Krüdener; amante espiritual del Zar Alexander (por Angelika Kauffmann) |
Alfred, Fürst von Windischgrätz; el más notorio amante de la duquesa de Sagan, junto con el Fürst Metternich, fue finalmente desinstalado en el inolvidable París de 1815 |
En el verano de 1815 fueron varios los soberanos europeos que se animaron a participar, en 'soporte cercano' de sus ministros, delegados y comisionados, en las negociaciones del II Tratado de París, aunque hubo unos cuantos que prefirieron no estar muchos días, o ni siquiera dejarse ver por allí.
Karl IV (antiguo mariscal francés Jean-Baptiste Bernadotte) de Suecia |
George III de Inglaterra (incapacitado), por William Beechy |
Príncipe Regente de Inglaterra, más tarde George IV (Lawrence) |
Willem I del Reino Unido de los Países Bajos |
Pio VII, Papa de Roma |
Un monarca que si estuvo presente todo el tiempo, aunque no se dejó apenas ver por las salas de conferencia, fue Friedrich-Wilhelm III de Prusia. Pese a saber disimular no guardaba un buen recuerdo de Talleyrand, por razones que se explican bien en este cuadro:
Napoleón recibe en Tilsit a Luise von Preussen, con Talleyrand de 'introductor' |
Los espantados negociadores prusianos, tras la guerra de 1806-1807, la derrota final de Friedland y la ocupación de sus país por los franceses, pensaron, como último recurso, que la reina Luise, famosísima por su gran belleza (se cree que no se le había estropeado demasiado por los diez o doce partos que llevaba por entonces), debería visitar a Napoleón, dispuesta al supremo sacrificio que puede arrostrar una reina con tal de conseguir que su país no sea destruido por un tirano inmisericorde. A Friedrich-Wilhelm no le gustó mucho la idea, pero transigió, de modo que la audiencia tuvo lugar, debidamente pasteleada por Talleyrand, del todo a favor de que la reina se sacrificase y así el bárbaro de su patrón no se pasara en sus demandas de compensación territorial y económica, lo cual intuía sumamente peligroso a medio plazo. La reunión, pese a todo, no debió de ir bien, porque la reina no llegó a sacrificarse del todo (estaba de seis o siete meses, lo que sin duda no ayudaba), Napoleón se despachó a gusto con la pobre Prusia, Friedrich-Wilhelm quedó doblemente disgustado y Talleyrand, filosófico, acuñó una de sus más memorables sentencias, 'en política nunca conviene triunfar demasiado'.
Así fue la escena explicada tiempo después por un escultor poco neutral |
Está fuera de toda duda que Luise y Friedrich-Wilhelm se amaban con locura |
Uno de los más espectaculares imágenes de Preussen Luise, por Élisabeth Vigée-Lebrun |
Su hermana Friederike, que tampoco era muy fea y y que algunos propusieron a Friedrich-Wilhelm como consuelo de su viudez, aunque sin éxito |
A finales de septiembre, ya cayendo las primeras hojas de los árboles, los acontecimientos comenzaron igualmente a precipitarse. El primero fue el anuncio de las compensaciones que reclamaban los aliados. El segundo, la dimisión de Talleyrand, que falto del respaldo de Louis XVIII interpretó como sólo puede hacerlo un genio el célebre dicho de los militares, también de los diplomáticos y desde luego de los vendedores: 'el que huye y salva la vida, puede volver a luchar otro día'.
El Duc de Richelieu, nuevo primer ministro de Francia (por Sir Thomas Lawrence) |
Major Friedrich von Ribbentrop. Condujo la recuperación 'a la prusiana' de tres mil y pico obras de arte alemanas escondidas en el Louvre. |
Wellington visitaba el Louvre con frecuencia, escoltando ingleses de clase muy alta; esta escultura, llamada, 'Hermafrodite', no le gustaba nada; al General Álava, en cambio, le hacía sonreír. |
Esta 'Danae' de Tiziano, recuperada por Álava, fue restaurada por Bonnemaison en la embajada española y presentada por Álava al Zar Alexander, por orden de Fernando VII. Está en el Hermitage. |
Si un solo cuadro pudiera representar los inconcebibles padecimientos sufridos por España durante la ocupación francesa de 1808 a 1813, sería el que sigue; pese a la devastación que dejara Napoleón en España, en el Congreso de Viena, gracias a la decisiva actuación de nuestro inolvidable representante, el Marqués de Labrador, se acordó entre todas las potencias allí reunidas que España recibiría en compensación los territorios de nada y la cantidad de menos aún.
Los fusilamientos del 3 de mayo, por Goya (Museo del Prado) |
En la negociación del II Tratado de París España estuvo también representada por el Marqués de Labrador, del que no se sabe que consiguiera ser recibido por ningún jefe de legación (tuvieron bastante de su persona en Viena), aunque sí se vieron a menudo con el General Álava, unas veces acompañado de Wellington y otras sin él (Álava era de esa rara clase de tipos a los que se les invita a todas partes). A eso se debió que España, que sólo había aportado dos soldados en el total de la campaña (Álava y su ayudante de campo Miniussir), recibiera la suma de 12,5 millones de francos, en sí misma importante, aunque para dar una idea de magnitudes era superior en un 50% a la que recibieron Baden y Württemburg, que habían aportado 40.000 hombres entre las dos.
El Conde de Perelada. Reemplazó a Álava en su cargo de embajador interino en París al poco de conseguir éste los 12,5 millones |
A finales de noviembre, y según se formalizaba el II Tratado de París y las legaciones diplomáticas comenzaban a marchar, también lo hacían los ejércitos que ocupaban Francia desde hacía cinco meses. La normalidad regresaba a París, siendo el acto que marcaba el principio de lo que sería vida rutinaria de un país pacificado el innecesario fusilamiento del Maréchal Ney, condenado a muerte tras un juicio sumamente ignominioso.
A mediados de diciembre los últimos visitantes de clase alta y los últimos ejércitos ya marchaban, o ya lo habían hecho. El irrepetible año 1815 tocaba a su fin.
Lady Catherine 'Kitty'' Wellesley, Duquesa de Wellington |
Charlotte, Princesa de Wales. Se dijo de ella que pudiendo haber besado a un Joven Sapo no quiso hacerlo, cosa que Inglaterra y Holanda todavía no le han perdonado. |
Talleyrand, que tras la marcha de Dorothée no quería ver a nadie, se refugió en su Château de Valençay, el mismo donde Fernando VII pasó los cinco años más aburridos de su vida. |
Güntersdorff. Está así desde 1945. En 1815 no estaba mejor. La condesa de Périgord confió su restauración a Karl-Friedrich Schinkel, que lo dejó como nuevo. |
Karl-Friedrich Schinkel. Arquitecto, escultor, pintor y decorador. Se le considera el maestro indiscutible del neoclásico centroeuropeo. |
Sir George Canning, por Lawrence. Sucedería a Lord Liverpool, para gran disgusto de Wellington. |
Gracias a esa gestión, y a otras más, la Galería Waterloo, en Apsley House (residencia de los duques de Wellington en Londres), presenta este aspecto formidable. |
Zamec Ratiborice, antes Schloss Ratiborschitz |
Zamec Náchod |
Schloss Wallenstein (Sagan) |
Iglesia de la Santa Cruz (Sagan) Aquí descansan las dos duquesas de Sagan, Whilhelmine y Dorothea |
El último de los ejércitos aliados en abandonar París, y por extensión Francia, fue el prusiano, ya bajo el mando del Graf Neithardt von Gneisenau |
Este recorrido gráfico a los acontecimientos del año 1815 no habría sido posible sin la obra que dejaron tras ellos los pintores que, con su esfuerzo, su profesionalidad y su arte, dejaron a la posteridad las imágenes de su tiempo. Muchas de las obras son anónimas o no consta su autor. Las que sí se sabe quiénes las realizaron a menudo muestran un nombre que no dice gran cosa, porque son artistas tristemente olvidados. En cierto modo, es natural. El arte de la pintura como reflejo preciso y veraz de la realidad comenzó a devaluarse cuando la emulsión fotográfica pasó a ser a la pintura lo que la imprenta a los calígrafos, el 'Publisher' a los linotipistas o el 'AutoCad' a los delineantes. De ahí que buena cantidad de artistas, para sobrevivir, modificaron sus estilos de forma que no persiguieran la reproducción fidedigna de lo que veían, sino algo que no quedara mal del todo cuando se colgara en las paredes de los que tenían más dinero. Como dejó susurrado Talleyrand, 'si se vende, es arte'. De ahí viene que cuando se habla de pintura del siglo XIX lo que casi todo el mundo tiende a recitar es el nombre de los impresionistas más notorios y conocidos, del todo indiferentes a que buena parte de ellos apenas sabían pintar. El mercado es el mercado y lo que cuenta es lo que se vende (y a cuánto se cotiza, porque de ésto depende el beneficio de los marchantes, los galeristas y las grandes casas de subastas), de modo que sus contemporáneos despectivamente apodados 'academicistas' tienden a ser ignorados, si no despreciados o simplemente olvidados.
Buena parte de los pintores cuyos cuadros han servido de base a este repaso del año 1815 fueron muy reconocidos en su tiempo, aunque dos siglos después cueste trabajo encontrar algún libro donde se describa su obra con un detalle similar al de cualquier impresionista del montón. A título de información general, estos que se detallan a continuación son algunos a los que debemos los excelentes cuadros de estas galerías:
Sir Thomas Lawrence (1769-1830), por François Gérard |
Jacques-Louis David (1748-1825), autorretrato. |
Sir George Dawe (1781-1829), autorretrato |
Marguerite Gérard (1761-1837) autorretrato |
Barón François Gérard ( 1770-1837), por Antoine-Jean Gros |
Antoine-Jean Gros (1771-1835), por François Gérard |
Anne-Louis Girodet -Trioson (1767-1824), autorretrato |
Sir Joshua Reynolds (1723-1792). autorretrato |
Francisco de Goya (1746-1828), por Vicente López |
Luis de la Cruz (1776-1853), autorretrato |
Vicente López (1772-1850), autorretrato |
Giuseppe Tominz (1790-1866), autorretrato |
Jean-Baptiste Isabey (1767-1855), por François Gérard |
Johann-Nepomuk Ender (1793-1854), por Franz-Xaver Stöber |
Josef Grassi (1757-1838), autorretrato |
John Jackson (1778-1831). autorretrato |
Marie-Louise-Élisabeth Vigée-Lebrun (1755-1842), autorretrato |
Jean-Auguste-Dominique Ingres (1780-1867), autorretrato |
Antonio Canova (1757-1822), por John Jackson |
Federico de Madrazo (1815-1894), autorretrato |
François-Xavier Fabre (1766-1837), autorretrato |
Friedrich Bury (1763-1823). por Lips |
John Everett Millais (1829-1826), fotografía |
Elizabeth Thompson, Lady Butler (1846-1933) |
Angelika Kauffmann (1741-1807), autorretrato |
Bertel Thorwaldsen (1770-1844), por Karl Begas |
Sir William Beechy (1753-1839), autorretrato |
Johann-Gottfried Schadow (1764-1850) |
Jean-Léon Gérôme (1824-1904). fotografía |
Y esto es todo. Si ahora queréis leer el texto del que brotan las imágenes, lo podéis encontrar aquí:
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